Noches
en los jardines de España, de Manuel de Falla (impresiones para piano y
orquesta) fue la siguiente obra.
Cumbre y síntesis, se funden en ella el virtuosismo y el color orquestal que De
Falla adquirió en su estadía en París, con el empleo de ritmos y motivos
populares (influidos por su formación con Pedrell, maestro que reivindicó el
rico acervo musical español) y que asume no ya como rasgos de exotismo sino de
una identidad y centro mismo de una música que en este trabajo pone en función
de recrear el misterio de la noche y de los lugares recordados y añorados (ya
que estaba en Paris cuando la escribió).
El resultado es una trama de motivos –siempre
vibrantes, acentuados, claros y concisos- que constituyen un tejido que se
difumina en voces en la orquesta y en el instrumento solista, climas sonoros y momentos
camarísticos. Plantea así el problema de la claridad y el equilibrio, de la pureza
tímbrica, del contorno siempre destacado y una relación indiscernible entre el
instrumento solista y la orquesta, que intervienen muchas veces juntos,
tejiendo esa voz no en la mera yuxtaposición o en la sucesión sino en el la
identidad sonora de cada instrumento.
En el piano plantea varios problemas: uno es el
sentido rápido, percusivo, rítmico, pero con un toque a la vez suave y
delicado, capaz de dar a esa frase de notas cortas una inflexión subjetiva
(como sucede en el bellísimo motivo del tercer movimiento, que se inicia con un
pasaje vibrante) planteado luego de la intervención de las trompas y que
reaparece hacia el final. Esta es una particularidad: climas sonoros hechos en ricos
motivos dan lugar a desarrollos de otros motivos conexos pero diferentes, que
confieren a la obra una vertiginosa sensación de avance y un permanente juego
imaginativo. Otra particularidad es la del color orquestal, por ejemplo en el
inicio: el tremolar de las cuerdas en el acorde inicial, en un clima que va
variando, enriquecido sucesivamente por las trompas, los oboes y las
intervenciones de toda la cuerda y que da lugar a la entrada del piano con una
rica elaboración de ese mismo motivo. Otra de las características es, en el
piano, el planteo de un motivo y la introducción de figuraciones antes de
resolverlo.
La joven pianista Patricia García Gil abordó esta
obra con una seguridad absoluta, un sentido de la frase y de la totalidad. La
segunda entrada del piano, luego de la resolución del primer episodio hubiera
requerido mayor vigor y fluidez. La elección del tempo –algo ralentizado- del
segundo movimiento (Danza lejana) y algún problema en las trompetas no alcanzó
a debilitar la cohesión de un todo sin fisuras en una obra muy compleja que fue
abordada con pocos ensayos, dada la demora en la recepción de las partes.
Ignacio Vidal Gil evidenció conocerla muy bien y estar muy presente en todos
los aspectos: la precisión rítmica, el color, la dinámica y el balance.
Destacaron Andrea Porcel (corno inglés); José Garreffa
(trompa); Gerardo Gautín (fagot); Baldomero Sánchez (viola) y Federico Dalmacio
(cello)
Ignacio García Vidal es un director que pese a su
juventud ha adquirido una gran experiencia –como director y docente, campos en
los cuales ha alcanzado un gran reconocimiento- que se traduce en la claridad,
la presencia permanente en una orquesta en la cual, pese a no indicar todas las
entradas, nunca deja sola, y en el sentido de equilibrio y cuidado.
Lamentablemente, la falta de programas de mano
–cuestión que unida a la demora en la recepción del material y a cosas como el
ingreso de personas a la sala una vez iniciado el concierto, constituyen
indicadores de una gestión- impidió tener una referencia de los intérpretes
invitados.
Es también lamentable la impresión que esto genera
en los visitantes.
Eduardo
Balestena
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