.L´elisir d´amore, ópera cómica en dos actos (1832)
.Música: Gaetano Donizetti
.Libreto: Felice Romani, basado en el libreto de Eugene
Scribe para la ópera Le Philtre de
Daniel-Francois Auber
.Dirección musical: Evelino Pidò
.Elenco: Adina, Nadine Sierra (soprano); Nemorino, Javier
Camarena (tenor); Doctor Dulcamara, Ambrogio Maestri (barítono); Belcore,
Alfredo Daza (barítono); Gianetta, Florencia Machado (mezzosoprano
.Orquesta Estable del Teatro Colón.
.Coro Estable del Teatro Colón, dirigido por Miguel
Martínez
.Dirección de escena: Emilio Sagi
.Diseño de iluminación: José Luís Fioruccio
.Vestuario: Renata Schussheim
.Escenografía: Enrique Bordolini
.Teatro Colón de Buenos Aires, 4 de agosto, abono nocturno
tradicional.
Una
versión musicalmente muy bien lograda fue la que ofreció el Teatro Colón de
L ´elisir d´amore,
obra maestra
del bel canto donde todos los
elementos deben funcionar con la precisión de un reloj.
Música
y voces
Evelino Pidò es uno de los grandes especialistas
en este repertorio. La textura musical de esta obra está dada en elementos muy
puntuales y reconocibles para connotar las distintas situaciones, sentimientos
y expectativas: acordes de maderas y rápidos pasajes con reiteración de motivos
y duetos donde dos líneas de canto diferente aluden a pensamientos también
diferentes de los personajes. Melodías tan definidas como fluidas, todo el
tiempo, en un horizonte cambiante: en el coro, en las voces, en la orquesta.
Va de suyo que la mayor exigencia es el
fraseo, su continuidad, sus acentos y las dinámicas y que ello es así en todo
el conjunto: voces solistas, ante las cuales la acción se interrumpe y que
suscitan una expectativa que la música debe poder expresar siempre, orquesta y
coro. La música tiene el brillo de sus melodías, de esa suerte de código en que
va significando, con elementos identificables, las distintas situaciones y en
el timbre: siempre claro en un volumen en que la música cumpla su función sin
inmiscuirse demasiado en la escena.
Hubo en todo momento una absoluta
flexibilidad y brillo sonoro y una absoluta amalgama entre orquesta y voces. El
coro, dirigido por el maestro Miguel Martínez, fue ajustado, sin fisuras,
siempre efectivo; el conjunto de las voces centrales fue homogéneo en las
exigencias de cada rol: vocales y actorales.
Javier Camarena fue de las voces más
destacadas, con un timbre absolutamente musical y brillante y un perfecto fraseo.
Decisión, esperanza, desesperanza, ingenuidad, todo eso debe poder connotar su
personaje. Dulzura y espontaneidad priman sobre el puro volumen. Probó su
técnica al hacer un bis de la famosa aria Una
furtiva lágrima. Al personaje de Adina cabe marcar el progresivo pasaje del
desdén al amor. Nadine Sierra la compuso con espontaneidad y perfección en los
matices y una solvencia total (fresca, espontánea) en la composición del
personaje.
Renglón aparte merece Ambrogio Maestri
como Dulcamara: el efecto humorístico de su personaje depende en gran medida de
la potencia, los matices de su emisión y su gestualidad. Es dable apreciar el
efecto de rima de las palabras, efecto en el cual gran parte del humor se basa.
Se hace dueño se la escena ya desde el comienzo
En su rol
de Belcore, Alfredo Daza –perfecto en su desempeño actoral- fue afianzando progresivamente
su voz. Florencia Machado compuso perfectamente a su personaje de Gianetta.
La
puesta
Llevada del ámbito pueblerino (ingenuo,
inocente, despojado) a los Estados Unidos de la década del 50, con una cancha y
un juego de básquet –la caída de la pelota al foso orquestal en plena
interpretación musical fue algo inimaginable no sólo para Donizetti sino también para espectadores
y músicos- se plantea un desfasaje entre el texto inicial del coro y un ámbito
fuertemente marcado por la prevalencia del color y el espacio urbano. Dulcamara
hace su entrada en un bellísimo Chrysler cabriolet 1951, gris metalizado, en cuyo gran baúl atesora el elixir y
Nemorino cruza la escena en bicicleta. Con un vestuario puntilloso al mínimo
detalle y una escenografía e iluminación sumamente cuidadas, con detalles como
una ventana de un primer piso en el cual la escena se expande, en los cuidados
movimientos escénicos la propuesta funciona como un mecanismo de precisión.
Signada como una necesidad de
reinterpretación del espacio escénico, las puestas dejan de ser un soporte
físico para la acción y la música y aspiran a ser una segunda creación puesta a
resignificar a la primera.
Por suerte está allí la música que sigue
siendo lo principal.
Eduardo Balestena
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