.Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
.Dirigida por Emir Saúl
.Solistas: Soledad de la Rosa, soprano
María
Eugenia Fuente, contralto
Gustavo
López Manzitti, Tenor
Homero Pérez Miranda, bajo
Coral Carmina, dirigido por el
maestro Horacio Lanci, codirigido por Jonás Ickert.
.Iglesia Catedral
La Orquesta Sinfónica Municipal se
presentó en la Catedral de Mar del Plata 15 de abril, bajo la dirección del
maestro Emir Saúl, con la actuación solista de Soledad de la Rosa (soprano); María
Eugenia Fuente (contralto) Gustavo López Manzitti (tenor); Homero Pérez Miranda
(bajo), junto con el Coral Carmina, dirigido por el maestro Horacio Lanci. Fue
interpretada, por primera vez en Mar del Plata, la Misa de Requiem (1874), de
Giuseppe Verdi (1813-1901).
Una
singular obra de gran riqueza
Horacio Lanci ha abordado (en la serie
de programas de Un viaje al interior de
la música) algunos aspectos de las obras religiosas de Verdi que resultan
indicativos de una exploración musical permanente (vuelta hacia el presente y
hacia el pasado). Testimonio de ello es este Requiem, concebido inicialmente,
en 1868, como un homenaje a Rossini. De esa obra basal el compositor mantuvo el
Libera me que, a la muerte del poeta,
dramaturgo y escritor Alessandro
Manzoni, decidió utilizar en un Requiem en honor de esta admirada figura del
Risorgimento, que sería estrenado en Milán en 1874. Verdi asistía al estreno de
Don Carlo, en París, donde comenzó a escribir el Requiem. Se dice que de
respetarse la duración completa de la ópera el público de las afueras de París
perdería el último tren, para lo cual debían suprimirse unos vente minutos. Lejos
de desechar ese material, Verdi lo habría reelaborado como el Lacrimosa, para no perder la bellísima
melodía que le da ese sentido de marcha. Concebida la línea de canto en la
cuerda femenina pensando en María Waldman y Teresa Stolz, sus cantantes
predilectas de entonces, en el Lux
aeterna y el Liber Scriptus parece
escucharse la voz de Amneris en el cuarto acto de Aída; tanto como en otro
pasaje podemos apreciar (en la resolución del Dies Irae ) un motivo que recuerda el comienzo de la futura Otello,
(correspondiente a la escena en que desde el puerto se ve peligrar su nave).
Aun con afinidades temáticas y
expresivas con la ópera la concepción del Requiem resulta muy diferente, y
establece exigencias propias en una obra cuya unidad, pese a las distintas
fuentes, está dada por el uso de determinados elementos recurrentes (como el
motivo del Ostias, presentado con
otros elementos al principio; o los que podemos identificar con Aída).
Las
exigencias de la expresión vocal
El rango expresivo se despliega entre
los tutti, de gran intensidad (como el anterior al Lacrimosa) y una línea de canto serena, introspectiva y sutil,
articulada ya en intervenciones solistas, como en el diálogo del cuarteto y la
línea de este con relación al coro, que funciona a la manera del de la ópera,
completando, dando relieve o subrayando esas líneas. Un ejemplo de lo primero es
la desgarradora repetición de sálvame del
Rex Tremendae hecha en todas las inflexiones posibles.
No obstante, el resultado final es algo muy
diferente a la ópera: pasajes donde el sentido no es subjetivo del personaje
sino una expresión de la experiencia humana –plasmada en la voz- ante el todo,
es decir, una línea donde el detenimiento, el fraseo y la musicalidad
prevalecen sobre el lucimiento y la belleza melódica. Igual que en el acto
final de Aída, hay un sentido de final, pero uno que no significa conclusión
sino el cambio hacia algo diferente.
Todo ello lleva a las voces por un rango
muy amplio, con intervalos muy pronunciados en poco tiempo, en líneas
permanentemente expuestas, no tanto por el volumen y la fuerza sino por la
sutileza de un fraseo siempre lento y claramente perceptible por la musicalidad
que requiere, y que en su perfecta continuidad es lo que confiere su propia
continuidad a toda la obra.
Las
voces solistas
La seguridad y soltura que evidenciaron
los solistas les permitió moverse con fluidez en líneas relajadas y flexibles, dentro
de la exigencia que les es requerida en el dominio de una técnica que les
permitió una gran libertad expresiva tanto en los pasajes puramente solistas
como en aquellos en que intervienen todas las voces.
Una vez más, Soledad de la Rosa, aun en
pasajes como el Libera me, en que
canta en medio del tutti orquestal y del coro, evidenció su potencia tanto como
el color y el manejo de una voz que
parece poder llegar a y permanecer en cualquier lugar sin dificultad alguna y
sin flaquear en su fuerza expresiva en ninguna parte de su tesitura, con un
absoluto sentido de unidad en la frase.
María Eugenia Fuente brindó un timbre
sutil, delicado, de claridad, suavidad y espesor sonoro, con un fraseo que
permitió sostener pasajes de tanta exigencia como el Liber scriptus (“el libro
donde todo está escrito será revelado”) en donde el buen gusto en el discurso y
el sentido de balance, musicalidad y fluidez son esenciales.
Gustavo López Miranda expuso su clara línea
de tenor con absoluta seguridad y color expresivo en todo el registro, en
números como el Ingemisco, (“mis
pecados me hacen gemir”) condiciones que le permitieron sostener los agudos con
absoluta firmeza, sin esfuerzo ni perdida de claridad.
Con un caudal diferente al de bajos que
han abordado la obra, Homero Pérez Miranda confirió a los pasajes de la cuerda (como
el Mors stupebit) una gran delicadeza
en la articulación y sentido de una frase musical pulida, elegante, dúctil y
equilibrada, con seguridad en todas las inflexiones de su registro.
A diferenciad de otras versiones donde
todo es más “estático” hubo una relación de voces dada en sentido de fluidez e
intensidad que confirió gran fuerza a una versión sin fisuras.
Coro
y Orquesta
El Carmina evidenció una sólida
preparación en todos los aspectos de una obra exigente, que requiere
homogeneidad en los crescendos y decrescendos de una dinámica tan fluida como demandante en lugares con
requerimientos muy distintos, como el Kyrie
inicial o la fuga en el Libera Me. No
hubo voces que se recortaran
individualmente ni problemas de afinación o desajustes. Detrás de la orquesta,
ante lo restringido de la audición por ejemplo de la cuerda, el coro depende
mucho de las indicaciones del director. Hay momentos en que la voz no parece
expandirse sino flotar (como en el descanso
eterno del comienzo), en otros (como el Dies
Irae o el Tuba Mirum) parece estallar.
Lo mismo es posible decir de la
orquesta, que se mueve en un rango que va del delicado comienzo a los tuttti
del Dias Irae o del Libera Me final. Lució con una cuerda
pareja y sutil (por ejemplo en el motivo de respuesta a la frase inicial, que
es una de las inflexiones más hermosas del Requiem), metales eficientes y
clímax completamente homogéneos y articulados.
Hay momentos, como el recurrente pasaje
del tutti que se presenta en el Dies Irae,
o el Rex tremendae en que la fuerza
de la música parecía atravesarlo todo con su intensidad.
Más allá de las incomodidades propias de
la Catedral, que significan permanecer horas de pie en un lugar atestado, sin
una adaptación siquiera mínima para albergar con un mínimo de comodidad a
semejante cantidad de público, con programas de mano escasos y sin ninguna información
sobre los solistas y el coro, pese a todo eso, perdura una performance
absolutamente lograda, que permitió tanto evidenciar la belleza de la creación
verdiana como el nivel artístico con el que fue interpretada.
Eduardo Balestena
Excelente crítica, muchas gracias Eduardo
ResponderEliminarMuy buena la crítica solo que el tenor se apellida López Manzitti. Un placer compartir ese magnífico concierto.
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