Siete Danzas
para 10 instrumentos de Viento,
de Jean Francaix (1912-1997) fue la
obra inicial. Más allá de la cuestión de que una obra de cámara no resulte
apropiada para su inclusión un programa sinfónico fue destacable el desempeño
de los instrumentistas (quienes no aparecieron destacados en el programa) en un
opus de exigencias formales diversas y continuas: en la precisión, en la
afinación que posibilita la amalgama de timbres que de otra manera pueden
resultar ásperos, en un marco de riqueza rítmica y espontaneidad. El sello de
su gracia es lo que confiere unidad a elementos distintos y cada danza entraña
dificultades propias.
Concierto
nro. 1 opus 10, en re bemol mayor, de Sergei Prokofiev (1891-1953) Resultan evidentes las exigencias
formales de un trabajo que aun siendo temprano encuentra consolidados los
rasgos propios de un lenguaje personalísimo. Ya como formulación estética es
interesante: a una introducción conjunta en el instrumento solista y en la
orquesta que, con adiciones de voces en la paleta repite el motivo inicial,
sucede el primer tema propiamente pianístico: una suerte de cadencia donde más
que entender a los graves como un acompañamiento asistimos a una suerte de
sonido que se desdobla en dos elementos enunciativos, que resulta de una gran
dificultad técnica y que encuentra continuidad en un bello pasaje –Alias le
confirió a esta resolución un fraseo que suavizó la fuerte energía del pasaje
anterior. Tras un episodio central lento que lleva a un motivo afín al primero
del piano, se reitera el motivo inicial que será retomado en el tercer
movimiento. No obstante la cuidada y
clara versión de Graciela Alias el arranque del tercer movimiento careció de la
energía que requiere tal comienzo.
El problema que se plantea ante un monumento
musical como ese es el de los desfasajes en su textura cerrada y rápida, que requeriría un conducción clara, que no
dejase la cuestión de la cuenta de compases o las entradas en los
instrumentistas sino unificarlas en una sola y clara pauta. No obstante estos
inconvenientes el resultado final, más que nada en ese rico lenguaje
pianístico, fue el de poder evidenciar la riqueza de un compositor no tan frecuente
en las salas de concierto y poder plantearlo con la energía que es el sello de
la obra.
Sinfonía
nro. 7 en la mayor, op. 92, de Ludwig van Beethoven (1770-1827)
No se puede abordar una sinfonía de Beethoven como
una obra más. No por conocidas o queridas resultan más amables o sencillas. Por
el contrario, ofrecen una amplia gama de abordajes sólo posibles a partir de un
trabajo de detenimiento en todos sus aspectos (que son muchos).
La séptima es una de las más demandantes: sólo
entrega su belleza y sus posibilidades al precio de atender a factores tan
delicados como el tempo: uno apropiado, uniforme, compacto y al mismo tiempo
claro, las articulaciones entre los pasajes en que un elemento rítmico plantea
una vacilación, resuelta por otro que le sucede y un largo, pero largo etcétera.
Paradójicamente, el presto final, en el que en
otras oportunidades se presentaron problemas, fue el más logrado, pese a la
gran dificultad en secciones como la de la cuerda.
Ya el comienzo, con ese acorde de intensidad
progresiva de las cuerdas, antes de cuyo final se introduce el oboe, como si
entrara a destiempo antes de la resolución, fue vacilante, breve y carente de la
intensidad requerida. El movimiento en sí careció de un centro de gravedad que
lo conformara como un todo capaz de discurrir a partir de ese centro, ya que la
construcción a partir de esa
introducción y del desarrollo posterior: una idea alternativamente expuesta por
los vientos, un dibujo basado en la descomposición del acorde de la mayos, es
una de las muestras del genio de Beethoven
en una de sus composiciones más representativas.
Hubo disparidad en las secciones: unas maderas
siempre con sentido de musicalidad,
alternaron con problemas, a veces graves, en otras secciones –cornos y
trompetas.
Las grandes obras no se hacen solas, implican el
desafío de que deben provenir de un enfoque y de un trabajo profundo, técnico y
estético.
Eduardo
Balestena
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