domingo, 28 de febrero de 2010

Un programa ecléctico


La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó el 20 de octubre en el Teatro Colón, dirigida por el maestro Leonardo Rubín.
Las oportunidades anteriores en que el maestro Rubín –director titular de la Sinfónica de Bahía Blanca- dirigió a nuestra orquesta, permitieron acceder a obras interesantes y poco frecuentes en el repertorio, como “Haroldo en Italia”, de Berlioz, o la suite de la música de escena para “La artesiana”, de Bizet, tampoco frecuentes en la discografía.
En esta oportunidad, abordó un programa ecléctico, que comenzó con el Poema Sinfónico “Los preludios, de Franz Liszt, sobre el texto de Lammartine, un ejemplo de obra programática del romanticismo musical, subdividido en cuatro partes: En el andante introductorio, los arcos exponen el motivo temático –el surgimiento de la vida- , tras el desarrollo de un segundo tema, es enunciada la segunda parte, una tormenta –lo tormentoso que perturba a la vida- para ser sucedido por una allegro pastorale, con un motivo expuesto por el corno, seguido del oboe y clarinete. El episodio final transforma el primer tema rítmicamente a un tiempo de marcha.
Siguió, en el orden del programa, otro poema sinfónico “El moldava”, de Bedrich Smetana, rico ejemplo del nacionalismo checo (creador de una riquísima obra camarítsica), vinculado al romanticismo tardío, que seguirá en Dvorák. En el rescate de los ritmos y formas de una Bohemia sometida por entonces al imperio austro-húngaro, plantea más de un problema de interpretación. Por empezar, el intrincado comienzo en el diálogo de flautas, con el fondo de violines en pizzicato, y un complejo pasaje de las maderas, en un motivo que es trasladado a las los cellos, para dar lugar al bellísimo tema principal, hasta la intervención de los metales, que virtualmente lo divide, mientras subsisten pasajes rapidísimos en la cuerda. Luego aparece un segundo tema. Más tarde, la flauta solista instala un nuevo clima, sobre ese pasaje, discurren las cuerdas, y comienza, gradualmente a intervenir los metales, en un crescendo, hasta el nuevo estallido del primer tema. En la sección siguiente, el desafío parece instalarse en los segundos violines, cuya intervención, con un tempo rápido, se vuelve muy comprometida. El lirismo de la obra, de singular belleza melódica, y claridad timbrica, no deja entrever estas cuestiones sobre la importancia del tempo. En uno rápido es difícil de abordar, en uno lento, perdería cohesión y por consiguiente, efecto.
En la segunda parte, fue interpretada la Sinfonía nro.3, escocesa, de Félix Mendelsshon.En su “Historia de la música Occidental”, Paul Henry Lang señala de Mendelsshon que la diafanidad sombría de su música “no es la transparencia de un estado del alma comunicativo, sino de una mente organizadora” (pág.648) para agregar que en algunas de sus obras faltó la profundidad que indica un rumbo a seguir. Distinta fue la opinión del maestro Mario Perusso, que al dirigirla en 2003, señaló que toda la orquesta ulterior, ya estaba en Mendelsshon, y particularmente en esta, una de sus mejores sinfonías.
Comienza –Andante non troppo – Allegro un poco agitato- con un tema enunciado en un acorde de las maderas y el corno, sucedido por otro, de carácter interrogativo, en las cuerdas, con el tema inicial planteado en los graves de las cuerdas, hasta la presentación de otro, que, tras la reiteración en las maderas del tema inicial, surge, luego de un pasaje de los violines, de una especie de sentido de marcha. Es una rica construcción y una idea que recuerda al primer movimiento de la sinfonía nro. 1 de Mahler, con lo cual, sería posible encontrar un sentido a las palabras de Mario Perusso. La orquesta desarrollará este elemento recurrente, que le servirá de base, pero otras voces plantearán un tema nuevo, mientras subsiste el anterior. La obra romántica, entonces, está sujeta a un rigor constructivo, que hace que el carácter otorgado por esos temas que fluyen, alternando alegría y oscuridad, le concedan un sello único. El movimiento termina con el tema inicial.
En el segundo Vivace non tropo, el clarinete solista plantea un bello tema, tomado por la orquesta, y que, antes de ser nuevamente expuesto, lleva a intervenciones solistas de las maderas.
En el cuarto –Allegro vivacísimo- Allegro maestoso assai-, Mendelssohon trae a esta arquitectura, luego de un desarrollo dado en las recurrencias de un primer tema, un himno protestante que cierra la obra con una gran nobleza.
Pese a lo distinto de las texturas, las obras no demandaron el trabajo con planos sonoros, u otros elementos complejos. El maestro Rubin es siempre muy claro, preciso, y atento a lo que sucede en la orquesta, en obras donde la clara marcación, y la correcta elección de tempo, son muy importantes, tanto como la resistencia, puntualmente, en el caso de la primera parte, ya que dos poemas sinfónicos constituyen toda una prueba, en tal sentido, así como en la precisión y expresividad.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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